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El pensamiento ancestral, nos empuja a comprender que, entre el origen, la evolución y la adaptación, se gestó un imprinting social de miles de millones de años, que en un inicio pobló el planeta – en un proceso denominado la gran migración – trayendo consigo el aparecimiento de grandes imperios. Miles de años tuvieron que pasar para formar sociedades opuestas, que encontraron en la razón y el misticismo el enclave de su diferenciación y el afianzamiento de sus chauvinismos. Cientos de años, recogieron el desenfreno social que puso al homosapiens en la cima de la evolución y a las otras especies bajo su sometimiento, por aquellos afanes demenciales hegemónicos. La modernidad, separó a la filosofía de la ciencia y a la ciencia del conocimiento sistémico complementario. Lo contemporáneo religó a la armonía primitiva a planos oscurantistas y a trazos de subdesarrollo. El siglo veinte, quebró a la enseñanza y la encasilló en procesos académicos en donde lo importante era la especialización y la competitividad desintegrando el concepto de ser humano. Surgen ahora, gritos que reclaman volver al origen, para entender que el hombre es parte de la naturaleza y como tal deberá pensar en lo planetario y su relación biológica, ecológica y etológica, pues, la magia de la vida deviene de su comprensión e interacción.

 

 

Ojeda, Jorge

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